En las puertas del Cementerio General, además de las características rejas que dan la bienvenida al lugar donde reposan los restos de miles de personas, se encuentra una lona que enumera las medidas de protección que se deben seguir para tener acceso, siendo las más importantes mantener la sana distancia y usar correctamente el cubrebocas.
Tras pasar el filtro sanitario, donde deben tomarte la temperatura y aplicar gel antibacterial aparecen de inmediato las tumbas y mausoleos tan característicos de este panteón, donde contrasta la belleza de varias estatuas frente al descuido que presentan las construcciones vecinas.
Avanzando por la avenida de los mausoleos pronto se hace presente un puesto de arreglos florales a cargo de una mujer que, concentrada en su labor va formando ramos de diferentes tamaños, algunos incluso necesitan de un soporte de plástico para mantenerse en su lugar y posteriormente ser llevados a decorar las lápidas. Pero nadie compra nada, ni se ve a personas caminando por ahí.
Al doblar por una de las calles donde el acceso se hace más accidentado por lo irregular del terreno, el crujido de las hojas secas y las vainas de flamboyán que aplastan nuestros pies suena estridente, rompiendo el silencio que nos acompañó desde que ingresamos al camposanto.
Es ahí donde los epitafios empiezan a tener nombres, fechas y mensajes a padres, madres, esposas e hijos, donde los ángeles esculpidos en piedra, guardianes del descanso eterno de quienes ahí reposan piden silencio y señalan el camino que el alma deberá recorrer para llegar al cielo.
Al avanzar un poco más se vislumbra a dos personas que, con ayuda de una escoba limpian la tumba de un ser querido, resguardándose del sol con gorras y una sombrilla en un intento por hacer lucir mejor el lugar donde reposan los restos de su familiar.
Cuando el laberinto de sepulturas nos deja en una zona completamente diferente aparece, a lo lejos, una mujer sentada sobre una de ellas, con la cabeza baja y acompañada únicamente por el viento que a ratos se hace presente. Unos metros más adelante otra mujer fija su mirada hacia el cielo, a pesar de los fuertes rayos de sol que caen sobre todos nosotros.
Ver a ambas con la mirada perdida en direcciones opuestas, usando un cubrebocas y rodeadas de personas que fueron enterradas junto con sus sueños y aspiraciones, hace pensar una vez más en lo diferente que es la vida ahora que el Covid se ha llevado a tantas personas, que incluso las construcciones que contienen los restos de quienes dejaron este mundo antes de la aparición del virus, han podido presenciar el cambio en la dinámica de los visitantes que de vez en cuando pasan frente a ellas.