Convencido de la importancia de que las y los escritores se formen también dentro de las aulas, además de que estén en constante preparación, el joven maestro de Creación Literaria del Centro Estatal de Bellas Artes (CEBA) destaca la experiencia enriquecedora de su faceta como docente en los procesos que dan vida a poemas, novelas y ensayos.
“Una parte muy esencial de la formación del escritor es dar clases, eso te obliga a aprender las cosas desde varias perspectivas. Yo no me veo sin dar clases. Algunos dicen que la literatura tiene que ser innata, pero siempre es bueno tener a alguien que encauce tu perfil, y es vital encontrar a los profesores adecuados para esto”, precisó.
Con una trayectoria que incluye premios como el Nacional de Poesía Rosario Castellanos (2009) y el Estatal de la Juventud en Artes (2015), agregará a su lista de logros, en diciembre próximo, el máximo reconocimiento de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), certamen en el que concursó junto con 134 obras de Argentina, Chile, Colombia, Ecuador, España, Estados Unidos, Francia, Puerto Rico, Suecia, Uruguay y Venezuela.
“Los premios no deben ser ese motor que impulse al escritor, debe ser el momento en el que diga ‘es bueno ver qué tan bien está hecha mi obra y cómo puedo mejorarla’. Debe ser un parteaguas para la obra del autor, de qué ha hecho y qué más podría hacer”, dijo.
Metáfora de la vida que empieza con el adiós, eso pudiera sumarse a la definición del poemario que le publicará la FIL a Rodríguez Murillo; la naturaleza y su relación con la muerte, la metamorfosis del alma que continúa en flores, pasto, árboles.
“Para Marco, deseándole todo género de felicidades”, reza la dedicatoria que Fernando, su padre, escribió en una compilación de cuentos de Voltaire. Mientras relee esa frase, piensa en unas plantas silvestres: los asfódelos. Espera que esas flores lilas y de aspecto eterno, sean mensajes de ese primer maestro, el que le enseñó a pasear leyendo… que un asfódelo le hable, esquivando al olvido.