En el marco del Seminario de Estudios de Población y Salud Pública, organizado por el Centro de Investigaciones Regionales “Dr. Hideyo Noguchi” de la UADY, la experta apuntó que en ese entonces la mujer se vio alejada de la ciencia y confinada al ámbito doméstico y la invisibilidad laboral.
“Siguiendo las recomendaciones prácticas para la vida de la iglesia católica y de sus integrantes, al hombre le convenía que la mujer se mantuviera en silencio al considerar esta situación para conservar la estabilidad social”, comentó.
Agregó que los médicos clamaban que la presencia de las mujeres carecía de valor, pensaban que eran despreciables y presuntuosas que usurpaban esta profesión y abusaban de ella sin poseer habilidades naturales o conocimiento profesional.
“Las mujeres que se atrevían a acercarse al ámbito de las ciencias de la salud eran descalificadas por los médicos. Además, la deficiente educación científica de las mujeres las hacía inferiores a los hombres según anotó el médico Andrés Quijano hacia 1892”, anotó.
Esta situación de rechazo tuvo su contraparte en algunos hombres y también en las mujeres que tenían un foro para ser escuchadas.
Además, a pesar de la prohibición a realizar actividades que fuesen contra su decoro y fortaleza, la pobreza económica entre las mujeres y la necesidad de cubrir la mano de obra en algunos sectores permitió su incursión en ámbitos considerados masculinos, siempre y cuando no contravinieren los paradigmas sociales sobre las actividades destinadas a cada uno; básicamente la mujer debía al hombre obediencia, agrado, asistencia, consuelo y consejo.
“Aunque no eran admitidas en los estudios superiores, ellas diagnosticaban enfermos, conocían el uso de las plantas medicinales y realizaban curaciones, extraían dientes, hacían suturas y reducían fracturas, por lo que paulatinamente fueron desafiando al sistema y a la sociedad que les impedía acceder a los estudios superiores para ser consideradas como profesionistas”, agregó.
Recordó que, a inicios del siglo XIX, específicamente en 1812, existieron dos mujeres que se disfrazaban de hombres; estaban en la escuela como varones y después siguieron ejerciendo como tales.
Por último, en 1890 se presenta la primera solicitud para ingresar a la Escuela Especial de Farmacia sin obtener respuesta, 12 años más tarde, en 1902, es fundada la Escuela Teórica o Práctica de Farmacia en el Hospital de San Andrés y poco tiempo después la Escuela Nacional de Artes y Oficios para mujeres abrió este curso.