Son las 11 horas de una calurosa tarde de otoño, en la Blanca Mérida, Eddy Jiménez Rejón, originario de Escárcega, Campeche, mantiene su andar a paso firme junto a su fiel perro por la Plaza Grande, mientras balbucea algunos improperios y frases altisonantes que hacen llamar mi atención.
Al notar que era escuchado, -perdón, no soy malhablado pero da coraje que le falten el respeto a una mujer, de ahí venimos, no se vale, me da mucho coraje- explica a la vez que abraza a Solovino, para posar y ser fotografiado.
En su mente solo gira una pregunta -¿por qué me hicieron esto? es maldad pura- señaló a la vez que asegura no estar borracho, ni drogado, sino que padece de una discapacidad intelectual derivada de una embolia que le afecta la memoria, pero no el juicio para saber qué está mal y qué está bien.
Sin importarle que fuera grabado, Eddy comienza a soltar pedazos de lo que es su historia de vida, la cual empezó hace más de cuatro décadas en Escárcega, su tierra natal, hogar que compartió junto a los 16 hermanos, ubicado frente a la estación del ferrocarril.
“La gente pobre viajaba en tren, pero lo quitaron por la ambición del dinero, un mal gobierno ¡él come! ¡que coma él!”, exclama.
Los rayos del sol comienzan a quemar la piel, pero Eddy no detiene su relato y cuenta como en compañía de su esposa María Cristina emigró de su ciudad natal hacia los Estados Unidos, donde se asentó en Nebraska.
En ese lugar procreó a tres hijos y aprendió el oficio de carnicero con el cual mantuvo a su familia por años, sin embargo, una embolia le afectó su capacidad de razonamiento, lo que generó que su cónyuge lo echara a la calle.
“Esto es maldad pura lo que me hicieron, porque mis hijos son americanos, nacieron en Nebraska, yo tenía carro Camaro y una Ford, mis hijos Jonathan Ulises y María Monserrat, es mi reina, tiene el pelo chino, chino”, recuerda.
Su mente no alcanza a acordarse cómo fue que llegó a Mérida luego de ser echado del hogar que labró con sus manos, pero no guarda rencor y pide una nueva oportunidad para ver a sus hijos.
“Yo le diría que la quiero todavía, no le diría eres una… no, para qué, voy a recuperar a mi familia, lo que es mío, hay que saber perder joven, hay gente ignorante ¿o no? Yo estuve en Estados Unidos, me hicieron maldad, si tiene a otro que Dios le ayude”, señaló.
Sin guardar rencor alguno, Eddy dice ser el hombre más feliz del mundo, camina junto a su perro Solovino por la ciudad de Mérida, junto con una carreola donde guarda todas sus pertenencias
Ahora la calle es su hogar y dice no temer al acoso de los policías que más de una vez lo han tratado de detener.
“Un policía me dice tú estás borracho, si tomé con tu mamá, le respondo, si son policías, pero rateros, es que yo viví en Estados Unidos, ¿por qué me quiere humillar? Que levante a su mamá, está bien que esté loco, pero no pendejo”, remató.
Y así Eddy y Solovino caminan por el mundo que han acogido como su hogar, sin más exigencia que ser respetados y escuchados de vez en cuando; ambos parecen ser parte de una paradoja de vida, esa que versa “perdiendo se gana”, además de ser el fiel reflejo que el respeto no se mendiga…se exige.