“Nuestra primera declaración data de 1813, eso ya lo sabíamos, aunque quienes estudiamos estos temas creíamos que se trataba del Acta Solemne de la Declaración de Independencia de la América Septentrional, promulgada el 6 de noviembre por el Congreso de Anáhuac en Chilpancingo, hasta que descubrimos una anterior, publicada siete meses antes, en la provincia de Texas”, indicó Alfredo Ávila Rueda, del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM.
Sin embargo, por mucho tiempo este documento pasó inadvertido para los historiadores debido a un equívoco, pues quienes dieron con él de inicio lo confundieron con la declaración con la que Texas se separaba de México, promulgada 23 años más tarde, en 1836.
A decir del profesor Ávila Rueda, las declaratorias de independencia que tuvo México son diferentes entre sí debido a que cada una responde a la concepción particular del país que deseaba su respectivo redactor. “Por ejemplo, el acta texana se parece mucho a la estadounidense; es evidente que ése fue su modelo”.
Y esto también se aprecia en la de Chilpancingo, cuyo contenido es fiel a los ideales de José María Morelos; denuncia la explotación de la cual habían sido objeto los americanos, mientras que el llamado Manifiesto de Puruarán, publicado el 28 de junio de 1815 por el Congreso Insurgente, expresaba su deseo de separarse de la España sometida a Napoleón, mas no de la corona española.
“Para hacer aún más evidente qué tan diferentes son estas concepciones, en el acta promulgada en 1821 por Agustín de Iturbide se habla de México, pero no como república sino como imperio”.
¿POR QUÉ TANTAS DECLARATORIAS?
De 1813 a 1821 México tuvo cuatro actas independentistas, además de unas pocas publicadas a título personal, como el Manifiesto al mundo sobre la justificación de la Independencia del Estado mexicano, del eclesiástico Manuel de la Bárcena y Arce; otro redactado por José María Luis Mora, expuso el doctor Ávila.
“Estos documentos son una especie de acta de nacimiento encaminada a decirle a los demás países ‘aquí estamos y somos uno de ustedes’. De esta manera se establece un trato entre iguales y las otras naciones están en posibilidad de establecer relaciones diplomáticas y brindar auxilio durante la guerra. Si no se hace esta proclama cualquier ayuda sería mal vista, pues equivaldría a apoyar a delincuentes alzados en armas en contra de un Estado, como consideraba la monarquía española a los insurgentes”, expresó.
En ese aspecto, Ávila Rueda señaló que la declaratoria del 28 de septiembre de 1821 es peculiar, ya que además de establecer que México era un imperio extendido desde California hasta Costa Rica, se promulgó cuando la independencia ya estaba consumada.
“Sin embargo, lo importante no es lo acontecido en ese septiembre de 1821, sino lo que empezó a pasar: es ahí cuando empieza el proceso de construcción de un Estado nacional y soberano. Ese imperio se desmoronaría apenas dos años después y daría pie a dos países: la República Federal Mexicana y la Republica Federal Centroamericana, que poco después también se fracturaría”. (Con información de la UNAM)