La experta refirió que por siglos lo normal fue que las personas estuvieran familiarizadas con la muerte, la cual ocurría a edades más tempranas; hasta los niños participaban cuando alguien enfermaba y fallecía. Desde pequeños veían cómo el enfermo se encargaba de dirigir lo relacionado con su deceso, cómo tomaba decisiones, pedía perdón y se despedía.
Aunque la muerte siempre ha causado miedo y angustia, ante ese momento difícil las personas se arropaban de rituales y se valían de palabras para acompañarse y hacer el proceso más llevadero. Eso era lo natural. Hoy, en cambio, se vive una situación muy diferente.
La experta cuestionó por qué cuesta tanto trabajo hablar del tema si forma parte de la vida. “Hay algo que lo explica: de entrada, el hecho de que nos causa dolor; la separación, que la persona deje de existir nos produce angustia”.
Y en lugar de ver cómo enfrentamos eso que duele y preocupa, en la sociedad occidental hemos ido cayendo en una cuestión de negación. “Es como si no quisiéramos ver, entonces no hablamos para evadir el tema. Queremos hacer como que no está, lo minimizamos; eso es lo que aprendimos y lo que enseñamos, a menos que cambiemos”.
Álvarez del Río señaló que gracias a los avances de la medicina y la tecnología se ha logrado que la expectativa de vida sea mayor que en el pasado; con ello, también comenzamos a ver la muerte más lejana.
En la medida en que hubo más recursos que la Medicina podía ofrecer, la gente no se quedó en su casa a morir, sino que acudía al hospital para intentar hacer algo para salvar la vida. Así, ese sitio también ha servido para que el fallecimiento no suceda en casa. Una vez más, la muerte se fue alejando. Al salir de ese ámbito ya no era tan familiar, y se consideró que no había que hablar de ella, como antes.
Ahora se confía casi ciegamente en que los médicos pueden hacer algo por el paciente, pero también que ellos se ocupen de la muerte. Empero, reiteró la universitaria, la pandemia nos ha recordado que no es así, que la Medicina no siempre puede hacer algo.
A pesar de nuestra actitud de negación y de evasión, de exigir a los doctores que hagan lo imposible, hay que entender que llega un momento en que la muerte no se puede evitar, dijo María Asunción Álvarez.
Lo que se puede hacer, y de eso somos responsables como pacientes, familiares y personal de salud, es que el deceso sea mejor. Por ejemplo, podría ocurrir que en una condición incurable el paciente esté en la unidad de cuidados intensivos, pero solo, y es posible que así muera. O se puede elegir una muerte mejor, digna, acompañada, en un sitio familiar, con la mayor comodidad posible.
Para que eso sea posible, explicó, necesitamos aprender a hablar de la muerte y de preferencia antes de estar en una situación de gravedad, así como pensar en qué circunstancias no querría vivir, en qué situación no tendría caso que se prolongue la vida, y que familiares y médicos lo sepan.
Así, cuando fallecer sea inevitable, se puede hacer el esfuerzo para que ese momento llegue de la mejor manera y nos podamos despedir, en beneficio de la persona que se va y de quienes le sobreviven, quienes de ese modo podrán llevar mejor su duelo.
SIN OCULTARLO
Al referirse a los niños, María Asunción Álvarez expuso que con la negación que predomina “es muy fácil que tengamos la idea de que hay que protegerlos, y es lo peor que les podemos hacer porque tienen curiosidad y sensibilidad”.
Cuando enfrentan situaciones de este tipo hay que atender a sus preguntas, darle explicaciones a su nivel, y desde una actitud serena para que vean que pueden seguir preguntando y que van a obtener respuestas, refirió la universitaria.
Es un error querer protegerlos ocultándoles lo que pasa, o al darles explicaciones que solo los confunden como “tu abuelito se durmió”, y luego el pequeño tiene miedo de dormir porque cree que ya no va despertar. O decir: “tu abuelita se fue”, porque se preguntará si lo hizo por su culpa, o por qué no se despidió. Es importante comentarles que un cuerpo se gasta y no puede vivir más; ellos lo entenderán, aclaró la académica.
Cuando se registra una muerte importante para la familia, hay que incluir a los pequeños y permitirles formar parte del dolor que todos sienten y hacer el duelo necesario. “El niño va a aprender que esos aspectos forman parte de la vida y que se llevan mejor cuando no se sienten excluidos”. Para todos, tener acompañamiento significa que, aunque el miedo y el dolor siguen, se reducen, finalizó Álvarez del Río. (Con información de la UNAM)