En la investigación “Violencia de género en comunidades indígenas”, la experta encontró un dato relevante: el papel de la suegra como perpetradora de actos violentos en contra de su nuera. Además, el valor de la familia puede estar por encima de la integridad de quien sufre agresiones de su pareja.
“Generalmente cuando hablamos de violencia de género pensamos solo en un hombre y una mujer, donde él la ejerce y ella es la víctima; hacerlo así nos limita en la comprensión de un fenómeno que es mucho más complejo, porque se asienta en instituciones, en la cultura y en las personas cercanas del entorno social; en este caso, la familia, puede contribuir a esas dinámicas”, precisó.
La más reciente Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (Endireh, 2016) muestra que aproximadamente 42 por ciento de indígenas o no, quienes se casaron o iniciaron su actual o última unión, se fueron a vivir con los padres u otros parientes de su marido o pareja.
Es decir, varias de ellas tienen un patrón de residencia patrivirilocal (donde el varón habita con su esposa el hogar paterno), situación que puede favorecer dinámicas de abuso por la injerencia de miembros de la familia de él.
La universitaria explicó que la investigación, realizada en conjunto con la secretaria académica del CRIM, Sonia Frías Martínez, comenzó para determinar el grado de adecuación cultural del cuestionario de la Endireh, con la sospecha de que quizá ciertas preguntas no eran de fácil comprensión para quienes son bilingües indígenas o difícilmente dominan el español.
“Llevamos a cabo grupos de discusión para recabar información cualitativa. Logramos acceder a 15 mujeres líderes en sus comunidades, provenientes de diferentes poblaciones indígenas, como rarámuri, otomí, nahua, maya y mixe. Con una amplia conciencia de la desigualdad de género y de la situación de ellas y las niñas en sus pueblos, nos dieron un panorama de los diferentes tipos de agresiones que se padecen, y a partir de ahí se hicieron cuatro grupos más: dos en Oaxaca con mixes, y dos en Yucatán, con mayas”, abundó.
Aunque existe la idea de que una debería ser aliada de otra, la indagación señala que la rudeza no sólo la puede ejercer el marido, sino la suegra, las cuñadas y hasta las concuñas “porque lo que está en juego es el sistema patriarcal; y el patriarcado en este tipo de sociedades se define por la subordinación al varón, la residencia y la propiedad. Ellas quieren asegurar lealtad con el varón que trae dinero a la casa. Asimismo, está en juego la ‘decencia’, que la mujer joven no ponga en riesgo el ‘honor’ de la familia”.
La suegra violenta a la nuera o instiga a su hijo para que lo haga; pero no se trata de maltrato físico necesariamente, sino de humillaciones o hacer correr chismorreos o rumores sobre la conducta de la joven. Su “mala conducta” tiene que ver con la reputación sexual: ella no debe provocar a los hombres, ni acudir a los centros de salud con el propósito de planificar su familia, por ejemplo. Hay un control estricto sobre su conducta pública que, en general, ejerce la suegra porque el marido está trabajando, detalló Agoff Boileau.
Es la mamá del marido quien puede decir que la esposa fue por las tortillas, pero se tardó demasiado, y correr el rumor de que se le vio hablando con un hombre, o que iba con una falda corta. Ella le hace saber a su hijo que su pareja no se comporta del todo bien, que hay sospechas de que platicó con alguien o que visitó el centro de salud.
Con frecuencia, las mujeres indígenas afirman que la agresión verbal, en forma de humillaciones, desprecios o ataques a la dignidad, es más dolorosa en el sentido de que no se puede olvidar, y expresan más indignación por la que proviene de la suegra, que la del propio marido, señaló Agoff Boileau
Creen que ese comportamiento ocurre, dijo, porque no le son simpáticas a las suegras, o porque hubieran preferido a otra joven como nuera; no logran observar que el problema es sistémico. Sin embargo, al preguntarles cómo serían como suegras en el futuro, afirmaron: “probablemente igual”.
A pesar de la existencia de leyes como la General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, en numerosas comunidades indígenas se rigen por usos y costumbres; ahí, ante un conflicto de pareja el objetivo es preservar la unión familiar y no se aconseja la separación, aunque con frecuencia sea necesaria, recalcó la experta.
Una de las entrevistadas relató el ejemplo de un cacique: avaló que un marido y sus familiares retuvieran a la esposa por la fuerza, que la encerraran, porque quería volver a casa de sus padres por la situación de extremos ataques que vivía. “Esto es un caso que no necesariamente es típico o representativo, pero da una idea de las formas extremadamente injustas en que se intentan resolver esos problemas”, subrayó la especialista.
Las indígenas, por supuesto, sufren otras formas como la obstétrica, porque la estrategia de planificación no siempre se da de un modo que les resulte respetuoso de sus derechos; o la política, porque se impide su participación en la vida pública.
Aunque en general las encuestas reportan un sospechoso bajo número de abuso contra las que viven en las comunidades, “encontramos en un grupo mixe, que no era bilingüe, que las mujeres de ninguna manera hablan de su vida íntima o de cualquier expresión de violencia con alguien que venga de una institución gubernamental. Sin lugar a dudas, hay un subreporte y habría que pensar en estrategias para llegar a información más cercana a la realidad”, acotó.
Carolina Agoff reconoció que las políticas públicas que han acompañado a la legislación contra la violencia de género, han sido exitosas en términos de conciencia de derechos, sobre todo entre las jóvenes. Se entiende que ese es un delito, por lo que ellas hablan de “demandar” al marido “si sigue así”; sin embargo, es el sistema de justicia el cual aún no logra darle solución. (Con información de la UNAM)