Durante su participación en el sexto ciclo de conferencias UNAMirada desde la Psicología, la especialista comentó que es difícil diagnosticarlo debido a que generalmente no se presenta solo, viene de la mano con otros como déficit de atención, ansiedad o problemas de conducta, lo cual con frecuencia genera confusión. Tiene síntomas que se conocen como internalizantes, los cuales están relacionados más con cuestiones cognitivas y emocionales.
En general, la depresión se define como un trastorno mental común que implica un estado de ánimo deprimido, determinado por la pérdida del placer o el desinterés por realizar actividades cotidianas durante largos periodos de tiempo; se relaciona con tristeza, sentimiento de culpa, falta de placer, baja autoestima y alteración del sueño y el apetito.
En el caso de las niñas, niños y adolescentes, aunado a los anteriores, destaca también el aislamiento y la soledad. “Prefieren estar solos y se apartan de los amigos; además se muestran permanentemente irritables, se enojan con facilidad, bajan su rendimiento escolar por falta de concentración o mala conducta y lloran en exceso”, argumentó.
Repercusiones
Suárez Rodríguez destacó: de acuerdo con datos de la Organización Mundial de la Salud, hasta antes de la pandemia 5 por ciento de la población en el mundo padecía algún grado de ese trastorno, mientras que la prevalencia en menores y adolescentes era de 2.6 por ciento, cifras que crecieron de manera significativa durante y después del confinamiento.
Sobre las causas que la ocasionan en los infantes señaló que pueden surgir de un componente genético que los predispone a padecerla, pero sobre todo están los factores socioambientales que llegan a generar un estrés crónico.
Este ambiente se crea, por ejemplo, cuando los papás pelean de manera permanente, o hay una situación de violencia y maltrato en los hogares.
Entonces, ese tipo de sucesos, que a veces no tienen que ser golpes físicos, es decir, constantes insultos a los menores diciéndoles que son inútiles, tontos o que no hacen bien las cosas, les genera estrés crónico y llevarlos a desarrollar ese trastorno.
Otro elemento de riesgo podría ser un divorcio, que en numerosas ocasiones no logran procesar, así como la pérdida de un familiar o una mascota, añadió.
Un aspecto que no se debe perder de vista, subrayó la universitaria, son las consecuencias en la vida adulta, porque contrario a lo que se piensa, este tipo de padecimientos no desaparecen totalmente con el tiempo, y menos cuando no se sometió a un tratamiento o terapia adecuada; por ello, las repercusiones suelen ser dolorosas.
“Cuando pasan a la adolescencia o a la edad adulta muchas de estas personas se enfrentan al abandono escolar, se refugian en el alcohol o consumo de drogas para evadirse de la realidad; constantemente están desempleadas y tienen serios problemas para sostener relaciones de pareja estables”, abundó.
Suárez Rodríguez consideró que para detectar a tiempo los síntomas lo más importante es mejorar la comunicación con las y los menores, dedicarles tiempo de calidad y observar su comportamiento cotidiano.
Lo más recomendable es acudir con los profesionales de la salud con capacidad para realizar un adecuado diagnóstico y elegir el mejor modelo de atención. (Boletín de UNAM)