Hay una cantidad considerable de microorganismos que circulan en ecosistemas naturales causando infecciones y muerte a sus hospederos, porque su proceso de evolución es constante y pueden invadir distintas especies de estos, prosiguió al dictar la conferencia magistral “Consecuencias epidemiológicas por la pérdida de biodiversidad en México”.
Por ejemplo, el SARS-CoV-2 o las amibas no evolucionan en el momento que infectan a las personas, ese proceso es constante y siempre hay mutantes, algunos de estos tienen la posibilidad de brincar de una especie a otra sin la participación humana, explicó.
“El equilibrio entre parásitos y hospederos en ecosistemas naturales es dinámico y esconde una larga historia de epidemias como lo demuestran los anticuerpos contra diversos coronavirus en varias especies de murciélagos”, precisó.
En el encuentro organizado por el Programa Universitario de Investigación sobre Riesgos Epidemiológicos y Emergentes (PUIREE), y el Seminario Permanente de Bioética de la UNAM, destacó que la naturaleza no es un sitio armonioso donde todas las especies conviven de una forma lógica sin causarse daño, sino que existe una competencia feroz por espacio y nutrientes. En la selva hay una cantidad de actos de depredación y de muerte que podrían terminar con el registro de epidemias que quizá sean naturales.
“Lo que es cierto es que estos equilibrios pueden verse alterados por la intervención humana y llevar el salto de patógenos a nuestra propia especie (zoonosis). El proceso de alteración de los ecosistemas naturales se está intensificando de forma alarmante, porque en este momento los humanos ocupamos entre 60 y 70 por ciento de las tierras emergidas en el planeta”, puntualizó el científico universitario ante el coordinador del PUIREE y de dicho Seminario, Samuel Ponce de León Rosales.
Lazcano Arano indicó que existen barreras biológicas y geográficas. En el primer caso una emergencia sanitaria puede ser el resultado de agentes etiológicos que cruzan barreras taxonómicas, como el mpox o viruela del mono, enfermedad vírica que saltó de los chimpancés a las personas.
En el segundo, un ejemplo es la sífilis. Cada vez más existe la certeza de que esa enfermedad venérea se originó en el continente americano antes de la llegada de Colón, en ambos casos la interacción humana puede facilitar esas acciones recíprocas.
También el tráfico ilegal de especies provoca que llevemos de un sitio a otro un nuevo patógeno. “Antes los virus viajaban en carabela y hoy lo hacen en un Boeing 727 de manera que puedo transportar un patógeno en cuestión de horas, cuando esto no ocurría”.
A decir del experto, las barreras biológicas y geográficas pueden ser quebrantadas por la industrialización de la agricultura, que implica la pérdida de grandes cantidades de pastizales, selvas y manglares. Ello provoca que los hospederos naturales de una serie de patógenos que ahí habitaban con un equilibrio dinámico ahora podrían invadir asentamientos humanos y adaptarse.
También podrían afectarse por la revolución de la ganadería, deforestación, tráfico de especies –animales y vegetales– que constituye una actividad ilegal de dimensiones inimaginables, así como el cambio climático y la redistribución de vectores.
Especificó que no es posible pronosticar la aparición de nuevos patógenos, pues la evolución biológica es un proceso multifactorial, pero sí es fácil anticipar el surgimiento de mutantes resistentes a antibióticos. Es más sencillo predecir los procesos ecológicos que posibilitan epidemias futuras.
De acuerdo con el universitario, es amplio el número de patógenos potenciales que existen en la naturaleza y nunca podremos frenar las tasas de su evolución; “podríamos contar con vacunas, pero tendremos que pensar en un cuidado más certero en cuanto a la protección del ambiente, pues este podría ser un factor extraordinario en el desarrollo de epidemias y pandemias”.
Si bien podemos educarnos para encontrar la forma de controlar los nuevos brotes epidémicos que pudieran surgir, “esto requerirá de una inversión, no tan alta, para hacer una vigilancia cuidadosa de síntomas de una enfermedad no caracterizada, donde haya sitios de interacción con especies silvestres, etcétera”.
A su vez, el comisionado Nacional de Bioética, Patricio J. Santillán Doherty, dijo: sin duda el impacto del cambio climático tiene que ver con el incremento de niveles de dióxido de carbono, la acidificación del mar, el aumento de las temperaturas y el clima extremo derivado de acciones que hemos generado y que impactan la salud de las personas, animales y de los hábitats que ocupamos en el planeta.
Como consecuencia de la contaminación atmosférica surge el incremento de alérgenos, es decir, sustancias que generan alergias en los seres humanos, cambios en la ecología de los vectores que provocan malaria y dengue, por ejemplo, alertó.
Aunque no somos responsables totalmente de lo que sucede en cuanto a los procesos evolutivos de los patógenos, sí del impacto ambiental de nuestro mundo, puntualizó. (Con información de la UNAM)