Existen muchas creencias en torno a este acontecimiento, que se deben en parte a que nuestros antepasados tenían un interés especial en estudiar los movimientos del Sol y otros cuerpos de la bóveda celeste.
Para las culturas antiguas el equinoccio indicaba la llegada de los días calurosos, aunque en México este cambio no es tan radical como en otras naciones, sobre todo los cercanos al polo norte, en latitudes arriba de 40 grados. En esos territorios, después de una temporada de invierno con grandes nevadas, llegan las altas temperaturas, la primavera, y los árboles y plantas empiezan a reverdecer, resaltó.
En nuestro país, la asociación más emblemática entre el equinoccio y las culturas mesoamericanas se ubica en Chichén Itzá, Yucatán, en la escalinata sur de la pirámide de El Castillo, aunque también se puede observar en la Pirámide del Sol, en Teotihuacán, o en el antiquísimo centro ceremonial Chalcatzingo.
El astrónomo afirmó que gracias al conocimiento legado por las antiguas culturas, hoy se sabe que el equinoccio es el instante en el que el Sol cruza el ecuador celeste. En el caso de la primavera, el astro pasa del hemisferio Sur al hemisferio Norte, y en septiembre, cuando se vuelve a presentar este fenómeno, sucede lo contrario.
En torno al equinoccio de primavera han surgido diversas prácticas y creencias, que si bien son respetables, en realidad no tienen un sustento científico. Por ejemplo, se dice que el Sol emite con mayor intensidad su energía hacia la Tierra, pero no es así; la radiación y su intensidad es la misma para todo el mundo, semanas antes y después de este fenómeno, aclaró Flores Gutiérrez.
Sin embargo, estas afirmaciones no tienen nada que ver con los cálculos astronómicos o lo que se conoce hoy en el campo de la física y la astronomía sobre el movimiento del Sol, la Luna y las estrellas.
En esta ocasión el equinoccio coincide con la última superluna del año, es decir, cuando la luna llena ocurre muy próxima a la distancia mínima entre la Tierra y nuestro satélite natural. Esto es común que suceda, pero en intervalos de tiempo grandes, ya que se repetirá dentro de 18 años.
Lo cierto es que ahora, debido al conocimiento creado por el intelecto humano a lo largo de varios siglos, tenemos la posibilidad de determinar instantes que solamente podemos conocer desde el punto de vista de la geometría de los movimientos orbitales de los cuerpos celestes, en este caso, de los cuerpos de nuestro Sistema Solar, expuso el universitario.
De modo que hoy es factible calcular cuando ocurrirán los equinoccios, solsticios o eclipses, “y para nosotros debería ser un motivo de disfrute poder apreciar estos fenómenos”, concluyó.