“Algunos mitos, como que no afectan la salud igual que los cigarros convencionales, han incrementado significativamente la popularidad de los sistemas electrónicos de administración de nicotina (SEAN, mejor conocidos como cigarros electrónicos) en los últimos años”, remarcó.
No obstante, en el proceso de calentamiento del líquido se emite vapor que contiene sustancias tóxicas: partículas minúsculas de hierro, estaño, níquel y cromo, entre otras.
Además, estos cigarros tienen materiales corrosivos como cerámica, plástico, caucho, fibras de filamento y espuma. De igual manera, cuentan con un elevado porcentaje de nicotina que varía de una marca a otra.
SU AUGE
Quienes consumen cigarros electrónicos exponen sus razones: para dejar de fumar, por salud, menor costo respecto al cigarrillo de tabaco, libertad para usarlos en sitios donde está prohibido fumar y para no incomodar a los no fumadores.
Estos dispositivos resultan atractivos para los jóvenes por su diseño vinculado a la tecnología, también por la variedad de sabores artificiales: chocolate, caramelo o goma de mascar.
Pero su consumo es altamente riesgoso, reiteró Ponciano. Por ejemplo, podrían explotar en la boca causando severos daños en rostro y manos. También generan crisis cardiovasculares que podrían ser mortales, pues la nicotina causa infartos al miocardio. Asimismo, los pulmones son afectados ante el consumo reiterado.
El vapor que emiten no es de agua y contamina el aire; además, contiene pequeñas partículas que se acumulan progresivamente en el aparato respiratorio y lo dañan.
Su publicidad confunde a los posibles consumidores y atentos contra las políticas de espacios libres de humo de tabaco. “En todas sus variantes son una droga con permisividad social, cuyo uso indiscriminado perjudica la salud de quien la consume”.
La Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios indica que estos dispositivos no cuentan con registro sanitario, por lo que su venta es ilegal. Sin embargo, varios sitios en Internet siguen comercializándolos sin ningún tipo de regulación ni garantía para los consumidores.
Finalmente, la universitaria lamentó la proliferación de estos artículos. “Una sociedad que necesita una droga para ser feliz y para encontrar alegría, tristemente es una sociedad perdida”. (Boletín UNAM)