En un estudio liderado por la universitaria (2018 y 2019) en el que analizaron 63 muestras de estas macroalgas en diferentes localidades, también encontraron aluminio, calcio, cloro, cobre, hierro, potasio, magnesio, fósforo, plomo, rubidio, azufre, silicio, estroncio, torio, uranio, vanadio y zinc, entre otros.
“Si bien algunos de estos elementos son nutrientes esenciales, otros pueden llegar a ser tóxicos. El que más preocupa es el arsénico, pues se detectó en todas las muestras colectadas, y en la mayoría en concentraciones que superan los límites establecidos para consumo humano y animal”, destacó.
Desde que inició la llegada masiva de sargazo a nuestras costas, una preocupación fue la presencia de metales pesados y metaloides, porque las algas pardas contienen alginatos que favorecen su absorción, y porque ya había algunos reportes en otros lugares del Caribe de elementos tóxicos. Sin embargo, hasta ahora todos los estudios que se habían hecho eran en un solo lugar o en un mes específico, resaltó.
“Por ello, quisimos ir más allá y saber qué tan variable era la concentración de los diferentes elementos, incluidos metales pesados y semimetales”, enfatizó.
El sargazo empezó a arribar a las costas de Quintana Roo desde finales de 2014, intensificándose en 2015; en 2018 el volumen fue exagerado, su llegada continuó hasta septiembre de 2019, y después decayó.
En los últimos cuatro años han llegado a nuestras costas millones de toneladas, y muy pocas han sido removidas; su acumulación y descomposición afectan severamente los ecosistemas costeros, las playas, arrecifes de coral, pastos marinos, manglares y posiblemente al acuífero, que es la única fuente de agua dulce en la región, alertó la experta.
“Desde 2015 empezamos a ver la mortalidad de pastos marinos pegados a la costa, debido a la gran cantidad de materia orgánica y actividad bacteriana que resulta de la descomposición de estas algas, que por acción del oleaje regresan al mar tornándolo café, enturbiando el agua, reduciendo la cantidad de oxígeno y luz, y aumentando los niveles de sulfuro, nitrato y amonio. Este deterioro en la calidad del agua resulta en que las plantas no pueden realizar la fotosíntesis y mueran”, explicó.
En 2018 los universitarios comenzaron a registrar la mortalidad de fauna marina como peces, crustáceos y moluscos. También el deterioro de corales, como resultado de una epidemia denominada “síndrome blanco”, y aunque no está comprobado que se asocia al sargazo, “sabemos que la baja calidad del agua contribuye a la muerte de estos organismos”.
Considerando los resultados obtenidos, la universitaria recomendó analizar la acumulación de elementos tóxicos del sargazo antes de utilizarlo en la industria alimentaria y farmacéutica, o evitar su uso.
“Es necesario encontrar formas adecuadas para su manejo, para que no deteriore nuestras playas ni otros ecosistemas costeros, así como el acuífero. Un manejo eficiente además evitará afectaciones a la economía de Quintana Roo, pues ha impactado en el turismo debido a su mal aspecto, mal olor y probable irritación en la piel”.
Una forma de resolver este problema sería encontrar usos industriales para las macroalgas. Se exploran varias formas, como la elaboración de fármacos y alimentos de uso humano y veterinario, pero la presencia de elementos como el arsénico es una limitante.
De igual manera, se estudia cómo remover los elementos tóxicos, pero se deben hacer pruebas de costo-beneficio para determinar la viabilidad de su uso industrial, remarcó.
Asimismo, se experimenta mezclarlo con resinas para producir diferentes materiales, como bloques de construcción, tapas de registros y de coladeras, o muebles para jardín, informó.
Finalmente, Rosa Elisa Rodríguez indicó que tras sus estudios llegaron a la conclusión de la urgencia de remover el sargazo de las playas y costas antes de que se descomponga, para evitar que los metales y elementos que contiene se acumulen en la zona marina y continúen dañando a la fauna y flora de la región. (Boletín de la UNAM)