Originario de Jojutla, Morelos, ingresó a la Escuela Nacional de Artes Plásticas, Antigua Academia San Carlos, en la Ciudad de México, en 1952, época de transformaciones en el ámbito de la pintura, influida por nuevas corrientes pictóricas que llegaban de Europa y Estados Unidos.
El ambiente académico de dicho centro de estudios ponía especial énfasis en la historia y las raíces de México, el paisaje nacional, las escenas rurales y los problemas sociales, por lo cual se realizaban prácticas al aire libre, de este modo Maldonado Cárdenas pudo visitar Michoacán, Oaxaca, el Estado de México, Veracruz y Yucatán, entre otros estados.
En uno de estos viajes, en 1955, piso el suelo de Yucatán por primera vez, sin imaginar que terminaría trasladándose a esta entidad.
Al concluir los estudios de pintura, se dedicó a la docencia durante una década, impartiendo clases de dibujo en algunas escuelas.
Al mismo tiempo, participaba en exposiciones colectivas e individuales, haciendo el esfuerzo de sostenerse exclusivamente de la pintura; sin embargo, pronto se dio cuenta que no era posible y decidió matricularse en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), en 1963.
En la ENAH tuvo la oportunidad de aprender de algunos de los más destacados maestros del medio antropológico mexicano, como Wigberto Jiménez Moreno, José Luis Lorenzo, Ángel Palerm, Pedro Bosh Gimpera, Paul Kirchhoff, Román Piña Chan, Johanna Volhaber y Arturo Romano.
En 1967, se incorporó al equipo de trabajo del arqueólogo y antropólogo mexicano Román Piña Chan, quien dirigía un salvamento en la Zona Arqueológica de Cuicuilco, en la Ciudad de México.
En 1968, ingresó al INAH, en el Departamento de Prehistoria y Monumentos Prehispánicos (DPMP), donde realizó diversas intervenciones en distintos sitios arqueológicos del país, de 1974 a 1976, entre las que destaca su labor en el salvamento de la Zona Arqueológica de Tlapacoya, Estado de México (1969-1970), sitio en el que Maldonado Cárdenas encontró una figurilla considerada la más antigua de Mesoamérica.
Otra de sus contribuciones más relevantes fue el Movimiento de pasantes, el cual encabezó en 1971, en el DPMP, con el objetivo de conseguir un aumento en los salarios, así como el derecho tanto para pasantes como egresados a ser miembros sindicalizados, lucha que culminó el 21 de enero de 1974, con la oportunidad de laborar como primer Comité Democrático de Investigadores, el cual funcionó hasta el 8 de abril de 1976.
Muchos de los derechos laborales que desde entonces protegen a las y los investigadores se iniciaron a partir de ese comité.
En 1977, el maestro Alfredo Barrera Vásquez, fundador de la Escuela de Antropología de la UADY, le invitó a formar parte del escaso cuerpo docente, con el que contaba en ese entonces la institución, en la cual colaboró por 37 años, impartiendo las materias de Fuentes para la Etnohistoria, Métodos y Técnicas de Excavación Arqueológica, así como Dibujo para Arqueólogos.
Fue director del Centro INAH Yucatán de julio de 1986 a julio de 1989, y en convenio con el gobierno estatal se crearon los paradores de servicios turísticos en las zonas arqueológicas de Chichen Itzá, Uxmal y Dzibilchaltún, y se abrió al público la Zona Arqueológica de Ek’ Balam.
Como investigador en este centro, participó en un salvamento arqueológico en Chuburná de Hidalgo, Mérida (1977); en la restauración del Juego de Pelota de Uxmal (1977-1978), y en la recuperación de la gran plaza central de Dzibilchaltún, con motivo de la construcción del Museo del Pueblo Maya.
Su producción académica comprendió un libro, producto de su tesis de maestría, y 92 artículos, cinco de los cuales se publicaron en libros. (Con información del INAH).
